La historia, la leyenda y el mito de las “Vírgenes negras”. Cuando se intenta profundizar en qué fue y cómo fue la espiritualidad templaría referida a Nuestra Señora y se intenta llegar a definirla, se entrecruzan historia, leyendas y mitos. Fundamentalmente dos: María Magdalena y las vírgenes negras.
Son mitos en los que no siempre hay buena fe. Esta actitud de leyenda torticera ha podido corromper también la difusión por Europa, de la mano del Temple, pero no sólo de ellos, de imágenes de su bien querida y venerada Señora, imágenes morenas, de piel oscura, ennegrecidas por la materia en que están realizadas o por los avatares del tiempo y de la historia: Las Vírgenes Negras. No podemos negar, y no lo hacemos, la tendencia a cristianizar lugares, fechas y eventos una vez que con Constantino la religión cristiana pasa a ser la religión del imperio.
Y que, allí donde hubo cultos paganos o idolátricos a figuras femeninas, la Virgen María fuera el instrumento “natural” para cristianizar. Pero eso no sucedió sólo por reconducir esos lugares, fechas o eventos hacia el amparo de la “verdadera” religión, sino también porque la Theotocos, la Deipara, gozaba ya de la admiración que le pertenecía como madre del Verbo encarnado. Hay, pues, un largo trecho entre cristianizar religiones paganas y establecer que el culto a la Madonna surge y existe por esas tradiciones paganas, no por sí misma y por lo que ella fue, y convertir así las vírgenes negras en un subterfugio para seguir adorando a Isis o a la Madre Tierra. Es decir, volver al revés la cristianización: paganizar veladamente el culto a Nuestra Señora.
Por ello no estará mal recordar qué son, dónde las hay y qué pintan los Templarios en estas historias. Apuntamos ya una luz fundamental sobre este tema: el bien conocido “Nigra sum, sed Formosa”11 de Bernardo de Claraval referido a María, tomado del versículo 5 del capítulo I del Cantar de los Cantares. Es cierto que las imágenes en las que la Virgen y el Niño aparecen con color oscuro son en buena mayoría de los siglos XII y XIII, coincidentes con la primera y gloriosa época de los Templarios, siglos en los que ellos comienzan a revertir sobre Europa lo que les va dando, en todos los sentidos y para lo bueno y lo malo, la Tierra Santa. Para quienes quieren ver más allá de lo que hay o algo distinto, la conjunción de la palanca del esoterismo y las leyendas templarías de la época del romanticismo a finales del XVII, son un magma fértil para crear historias sin necesidad de más: unas imágenes negras, María Magdalena, Isis…
Hablando de Templarios y de la Virgen María, hay que mirar de inmediato al Santo de Claraval y todo lo que no cuadre con él es espurio. Dante Alighieri, unos 150 años después de la muerte de Bernardo y casi coincidiendo con el momento de la detención de los Templarios, lo que al texto del inmortal italiano le da más mérito y credibilidad para nuestras afirmaciones, coloca al Santo en la cumbre de la espiritualidad y lo convierte en su guía, continuando la tarea que en los libros anteriores de la Divina Comedia habían hecho Virgilio y su amada Beatriz. ¿Y por qué lo coloca? Porque “la Reina del Cielo – escribe Alighieri -, por quien ardo enteramente de amor, nos concederá todas las gracias, porque yo soy su fiel Bernardo”. Con un texto así, contemporáneo al Temple, ¿se puede pensar en extraños cultos esotéricos o divinidades y no dar el nombre de “Reina del Cielo” a la que lo era y es realmente la Reina del Cielo para Bernardo y por ende para “sus” Templarios y dárselo a Isis, la Madre Tierra o María Magdalena? En el canto XXX del Paraíso, Beatrice le dice a Dante: “¡Mira cuán grande es la reunión de blancas estolas!12 ¡Mira qué gran circuito tiene nuestra ciudad! ¡Mira nuestros escaños tan llenos, que ya son pocos los llamados a ocuparlos!” ¡Qué gran consideración la del poeta para con nuestra Orden y qué desgracias se estaban ya fraguando en ese momento sobre nuestro futuro inmediato por la avaricia de un Rey y la infamia de un Papa! Los Templarios, sin duda, trajeron a Europa imágenes de sus Vírgenes, al menos aquellas que tenían que ir salvando de caer en manos sarracenas a medida que se perdían territorios cruzados en Ultramar. Esas imágenes tendrían tres características: por un lado reproducirían el color de los naturales de aquellas tierras, más oscuros que los francos, por otro lado entroncarían con la tradición artística del estilo bizantino, poderoso después del Concilio de Efeso en que se reconoce – como ya hemos relatado - a Nuestra Señora como Theotokos (literalmente, “la que dio a luz a Dios”) y en tercer lugar estarían talladas en maderas procedentes de la zona del Líbano, de tipo cedro y ciprés, fácil de tallar, buena resistencia a la descomposición y refractaria a insectos.
Hay cantidades ingentes de imágenes negras históricas atribuidas al Temple y otras que son imitaciones más posteriores o que no pertenecieron al Temple o son incluso anteriores. Pero en todo caso todas forman parte de ese conglomerado que algunos quieren ver cerca de la leyenda exotérica de los Templarios y no dentro de lo que podía ser una iconografía hecha con elementos autóctonos (Próximo Oriente) o copiada de ellos y sometida al efecto del paso de los años. Montserrat Robrenyo, en su interesante ponencia sobre “Los caminos de las vírgenes negras. Relación entre las vírgenes negras y la Orden del Temple”13 fue contundente: Solo pueden ser realmente negras las tallas realizadas con materiales oscuros como podría ser la ebonita, el mármol negro o la caoba. Dado que la mayoría de las vírgenes que se consideran negras, no están talladas en estos materiales, todas deben su color a la pintura, barniz, betún de judea o lacado, todo sin motivo aparente alguno. No podemos hablar del Temple y las vírgenes negras sin tocar, aunque sólo sea de pasada dos temas de la desgraciada leyenda que a veces nos rodea y que tanto daño nos hizo y hace. Por un lado, que las vírgenes negras en realidad fueron una representación del Grial encarnado en María Magdalena, esposa del Señor. Como señala el jesuita Jhon P. Meier en su trilogía “Un judío marginal”14, ¿le cabe a alguien en la cabeza que si hubiera habido una esposa del Señor no hubiera ni una alusión en los evangelios sinópticos y en Juan? Los evangelios canónicos, tan pendientes de señalar a “su madre y sus hermanos”, hasta el punto de crear un grave conflicto con esto de “sus hermanos” que ni siquiera las primeras tradiciones y la patrística cristiana pudieron o se atrevieron a aclarar, ¿iban a ignorar una eventual esposa? Por otro lado, que la negritud de las imágenes representa a la Madre Tierra… o que están originalmente referidas al culto a Isis y otras divinidades similares… En fin: Tomamos prestadas las palabras de Rogelio Uvalle15 para desmitificar estas burdas intoxicaciones: “nadie se puede creer que unos caballeros de honor den su vida por la diosa tierra o defiendan una religión a muerte creyéndola falsa.
Ya no es ciencia, ya no es filosofía, es sentido común. Las imágenes de los santos, de Cristo o de la Virgen María, varían según el territorio donde se encuentren, es decir, se tiene la pretensión de creer que como nosotros somos blancos, todo el mundo tiene que representar a Jesús blanco, cuando en realidad no lo era, ni tampoco la Virgen.(…) ¿es que, si acaso una imagen es negra ya no puede representar a la Virgen María?” “No miréis que soy morena: es que me ha quemado el sol”, dice el Cantar de los Cantares16, y volvemos así al de Claraval….
El mismo San Bernardo de Claraval, padre espiritual de la Orden, instó a este culto a la Virgen y lo puso en la vida diaria del Temple. Bernardo, joven de buena vida y de grandes posibilidades sociales, cambia su rumbo una Navidad cuando la Virgen, la que había de ser su Dama y Señora desde ese momento y a quien cantará textos sublimes de un arrobamiento místico excelso, pone al niño en sus brazos. Hay muchos vestigios en sus escritos y sermones de que él mismo se sentía «un auténtico Caballero de María» y la consideraba Su Señora en el sentido caballeresco del término. Sus protegidos, los Templarios, Caballeros de Dios a todos los efectos, fieles a esta devoción mariana, daban a la mayoría de sus casas e iglesias una de las denominaciones de Santa María. Así tenemos numerosísimos ejemplos en Italia o España17, y lo mismo y más podríamos decir de Francia y otros países.
Las fiestas de Nuestra Señora que celebraban los Templarios eran todas las que contemplaba la liturgia de la Iglesia (Natividad de Nuestra Señora, Anunciación, Purificación, Asunción…etc.), con la peculiaridad de que todas ellas eran fiestas “mayores” en el Temple. Incluso en los momentos de mayor rigor penitencial en lo referido a ayuno y abstinencia, las fiestas de Nuestra Señora estaban exentas de tales rigores. Así por ejemplo en el Retrait 350 se señala que, desde la fiesta de Todos los Santos hasta Pascua (temporada con menor participación en combates por razones evidentes climatológicas) los freires deben ayunar todos los viernes, sin excepción, salvo que ocurran en viernes Navidad,
La Candelaria (fiesta de la purificación de Nuestra Señora) o la fiesta de San Matías Apóstol. Tenemos datos específicos en lo referido a las procesiones que debían realizar los freires. Había dos tipos de procesión: generales y particulares. Por lo que se refiere a las generales, habían de hacerse en todas las casas del Temple en las que hubiera capilla o iglesia: era obligatoria la presencia de todos los freires18 y habían de celebrarse en el día de Navidad, en la fiesta de la Candelaria (Purificación de Nuestra Señora), el día de Pentecostés, el día de la Asunción de Nuestra Señora, el día de la Natividad de Nuestra Señora, en Todos los Santos, el día del patrón de la iglesia y el día de la dedicación del templo. De ocho procesiones anuales solemnes, cuatro estaban dedicadas a Nuestra Señora.
El Misterio de las Vírgenes Negras y los Templarios
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