LA PROFÉTISA Y JUEZA DE ISRAEL (Jueces 4–5).
En tiempos donde los hombres dudaban, una mujer se alzó con claridad, fe y valentía, no con espada, sino con palabra de fuego y dirección firme.
Israel había caído en la opresión del rey Jabín, y su comandante Sísara, un hombre temido. El pueblo clamaba, pero nadie se atrevía a liderar. Nadie… excepto Débora, una mujer que juzgaba con sabiduría bajo una palmera.
Ella llama a Barac, el jefe militar, y le dice con firmeza:
“¿Acaso no te ha mandado el Señor a atacar a Sísara? Dios entregará al enemigo en tus manos.”
Pero Barac duda. Y dice:
“Iré… solo si tú vienes conmigo.”
Débora acepta, pero declara:
“Iré contigo. Pero la gloria no será tuya. Dios entregará a Sísara en manos de una mujer.”
Y así ocurre: Israel vence, y Sísara, huyendo, se refugia en la tienda de Jael, una mujer. Ella le da leche, lo cubre… y cuando duerme, lo mata con una estaca.
¿QUÉ ENSEÑA ESTA HISTORIA?
– Que la voz de Dios puede venir por boca de mujer… y no menos poderosa.
– Que el liderazgo no siempre es espada, sino decisión y claridad cuando otros tiemblan.
– Que cuando un hombre duda, Dios puede usar a una mujer sin temor.
– Y que la victoria no se basa en fuerza, sino en obedecer la voz del cielo, sin importar de dónde venga.
Débora no fue reina, ni guerrera.
Fue más: fue profetisa y madre de su pueblo.
Una voz que se mantuvo firme…
cuando todos los demás callaban...